1.
Si Bará obtiene de Olodumaré el privilegio de comer antes que los demás Orixás, incluso del mismo Oxalá, se debe a que en una oportunidad él le salvó la vida a Olodumaré. Este padecía un mal misterioso, el que lo llevaba a estar cada vez más grave. Todos los Orixás acudían a él para intentar curarlo, sin obtener ningún resultado. Corrían los días y Olodumaré se sentía cada vez más débil y dolorido. Bará quién todo lo ve y escucha, cauto en la espera del momento propicio; al ya no haber otra alternativa, pidió a su madre, siendo él aún un niño, que lo llevase frente a Olodumaré. Su madre tenía miedo de hacerlo por considerar que iba a cometer una picardía más. El le rogó que lo llevara prometiendo que se comportaría y repitiendo con firmeza que él lo curaría. Una vez frente al todo poderoso escogió unas hierbas, realizo un preparado con ellas, el que Olodumaré tomo sin pensar debido a que no dudaba de la capacidad de quien estaba enfrente de él a pesar de su corta edad. Una vez terminado el brebaje inmediatamente comenzó a mejorar. Ya fortalecido y agradecido al niño travieso, depositó en sus manos una llave lograda en roca y le dijo en presencia de todos los Orixás, “A partir de este día, tu serás dueño del Odú (destino), ya que lo has tenido en tus manos. Nadie podrá transitar en él sin antes agasajarte”. A consecuencia de ello, él es dueño de los caminos. De lo positivo o negativo, por ello desde aquel día Olodumaré es tolerante a todas las travesuras de Bará.
2.
Olodumaré enfermó y entonces Bará se alimentaba de la basura. Al enterarse de la enfermedad, fueron todos los Orixás a ver y a intentar curar a Olodumaré. Nadie pudo hacerlo. Bará jolgorioso como siempre se puso un bonete blanco similar al de los Babalawos. Una vez frente a Olodumaré preparó unas hierbas logrando un brebaje con ellas, se lo dio de beber y este mejoró, para luego decir, “Bará, pídeme lo que quieras” y él que conocía de la miseria, le contestó, “Comer antes que nadie Baba”. “Como todos me ignoraron, pido que me pongas en la entrada de cada casa y caminos para que nadie pueda transitar en ellas ni entrar sin antes saludarme”. “Así será hijo”, contestó Olodumaré y “además te nombro no solo mi mensajero, sino también de todos”. Por lo que Bará abre y cierra las puertas del cielo y de la tierra.
3.
En una antigua aldea africana, había un rey que tenía un hijo el que ostentaba el cargo de príncipe, y como todo príncipe demostraba un buen pasar, ya sea alimentos, joyas, etc. Cierto día el príncipe, al cual llamaban Bará, sale de recorrida por las tierras que reinaba su padre, Elegba. Bará era desbordante, le gustaba jugar con todos, realizar bromas, nada tomaba en serio. En medio de la travesía este niño inquieto se detiene bajo una palmera de la cual colgaba un Obí (coco) seco y vacío, lo que le llamó la atención. Obí se sacudía y tenía dos ojos enormes, brillantes; inmediatamente decidió descolgarlo y llevárselo consigo de regreso. Su padre no entendió por que el niño regresó tan rápido, debido a que vagar era su mejor distracción. Al llegar a la aldea colgó el coco detrás de la puerta de su casa. Este quedó allí hasta que al tercer día Bará enfermó y murió repentinamente. Todos se extrañaron por este fallecimiento. Fue Oiá quien preparó inmediatamente los rituales y misas fúnebres en forma muy cauta, ya que el muerto era un príncipe. Por ende quien heredaría la corona. Durante todo el tiempo que llevaron los rituales, el coco brillaba en forma sorprendente, y desde su lugar observaba la ceremonia. Luego se tejieron muchas conjeturas en torno al Obí del príncipe, que seguía brillando. A muchos les atacó el miedo, otros por respeto no se acercaban. Sea cual fuera la causa, el Obí permaneció en el mismo lugar en que lo había dejado su dueño. No paso mucho tiempo y la aldea comenzó a sufrir calamidades, morían los animales, raramente faltaba el agua, los causes se secaban o incendiaban solas. En síntesis todo lo que tenía vida moría. Los habitantes de la aldea peleaban sin motivo. Angustiados por tantas desgracias, el Consejo de Ancianos decidió convocar a todos los sacerdotes para que ellos a su vez consulten con los Orixás el porque de todo lo acontecido. Por intermedio del Oráculo, Orumilaia les dijo que todo lo malo que sucedía era a raíz del abandono del coco perteneciente del príncipe. Los Sacerdotes quedaron asombrados porque ya nadie recordaba el Obí de Bará. Estos se dirigieron de inmediato a ver el Obí y a consultar con este la manera de hacer ofrendas rituales, al llegar al lugar vieron que el coco ya estaba muy seco, vacío y sin brillo. Por lo tanto ninguna ofrenda o ritual tendría resultado positivo. A raíz de ello vuelven a consultar a Orumilaia, quien les dijo que tendrían que buscar en la naturaleza y a raíz de ello se reúne el consejo encontrando que se debería buscar un equivalente del coco para que la aldea y las tierras vuelvan a la normalidad. El sacerdote más joven lee el Oráculo y dice que no hay nada que dure más en la naturaleza que una piedra. Lo que fue aceptado por todos. Una vez escogida la lavaron con el macerado de 21 hierbas preferidas del príncipe. La colocaron dentro de una vasija y a su alrededor, las pertenencias más queridas por Bará. Luego ofrendaron lo poco que quedaba con vida en la aldea; a consecuencia de su muerte; un pollo, granos de maíz torrado, miel, mandioca, dendé, caña de azúcar y algunas frutas. Después de 21 días, la aldea comenzaba a mejorar. También notaron que las grandes mejoras sucedían el segundo día de cada semana, o sea el lunes, por lo que se escogió ese día para servirlo y por ser el día en que se encuentra la vida con toda su dinámica y se atiende a la muerte. Por ello en este día se dice: Ikú Lobí Osá (El muerto parió al Santo).
4.
En una aldea se encontraron dos amigos, que tenían sus respectivos campos lindantes. Estos se jactaban de su amistad y estaban de acuerdo en todo, compartían cosas, emprendían labores juntos. Hasta que un día, Bará decide jugarles una broma. Esto aconteció porque estos dos decían que no necesitaban de nadie para realizar cualquier obra. Bará decidió ponerse un bonete particular; este era una mitad de color rojo y la otra mitad de negro. Él comenzó a pasearse por el límite de los dos campos, donde cada uno de los amigos estaban trabajando. Esto a ellos les llamó la atención, y uno le dijo al otro –“Viste a ese extraño hombre con un bonete rojo” – “Habrás visto mal, le contestó el amigo, el bonete es de color negro.” – Y como cada uno de ellos estaba en lo cierto de lo que habían visto; se increpaban, cada uno defendiendo su verdad, interpretando que el otro era el equivocado. Tanto cambio de palabras, pelearon como nunca lo habían hecho. Ya exhaustos se detienen. Bará, hábil, inteligente, decide acercarse a ellos enseñándoles el bonete, para luego decirles que las situaciones y las realidades de la vida, siempre tienen dos o más facetas distintas estas. Todas pueden ser verdades, sin restarles importancias a la otra. Nada es tan bueno y nada es tan malo, ya que sí todo fuera bueno o malo y ante la inexistencia de estas dos realidades en conjunto, la vida perdería sentido. |